El marco era austero. La corona expuesta como símbolo, nunca ceñida como atributo. Sin diademas ni fanfarrias, ni pompa ni circunstancia. El marco en suma plebeyo que exige la España movediza y descreída de 2014 para la proclamación, nunca coronación, de un monarca. En ese escenario, Felipe VI pronunció un discurso sin estridencias, que algunos calificarán de pobre, pero cuya mayor virtud fue tal vez la humildad, un tanto monocorde pero adecuada a su papel moderador, con la que el nuevo Rey presentó a los españoles lo que, en definitiva, no es si no su programa de reinado.
Por esa lengua poco brillante que suelen tener las alocuciones regias, el discurso pudo parecer plano y sin empaque. Sin embargo, el monarca abordó en él, aunque con desigual intensidad, la cuádruple crisis (dinástica, política, territorial y económica) que planea sobre el reñidero hispano. "Ha cumplido la función de un monarca constitucional: aconsejar, advertir y animar", diagnóstico ayer Ramón Punset, catedrático de Derecho Constitucional, para quien esto "se vio cuando habló de convivencia, de lealtad o de los inconvenientes de no tender puentes".
La alocución de Felipe VI estuvo dividida en tres bloques y una coda, separados por las fórmulas "señoras y señores diputados y senadores" o, simplemente, "señorías". El primer tiempo se dirigió a recordar a la nación que ayer se proclamaba a un monarca constitucional que, por lo demás, hereda los valores defendidos por su abuelo Don Juan. De modo que el fantasma de deberle algo a la "reinstauración" franquista queda despejado. Además, a título personal, el Rey se declaró demócrata por educación y, en un lance algo chocante, se bregó en la defensa de la monarquía constitucional y dejó claro que está dispuesto a ganarse el puesto con el ejemplo, lo cual exige disolver con un comportamiento intachable el aura de escándalo que ha rodeado a la institución estos últimos años. De ahí ese final de tercio que ha dado tantos titulares: "Una monarquía renovada para un tiempo nuevo". "Renovación", con seis apariciones en el discurso, fue la palabra que remplazó a la ausente "reformas", que algunos esperaban tras escuchar el discurso en el que Juan Carlos I anunció su abdicación.
Ignacio Fernández Sarasola, profesor titular de Derecho Constitucional, vio "un discurso comedido, destinado a justificar el papel de la monarquía en términos constitucionales. Fue mencionando las funciones que atribuye al monarca la Constitución para, a partir de ahí, irlas encajando en la situación actual. Todo ello condicionado por el debate sobre la República".
Punset resalta la suma importancia de la integridad de la Corona: "Si el Rey no tiene poder y lo que tiene es autoridad, esa autoridad descansa en su valor de ejemplo". A su entender, "es fundamental la mención a la transparencia. Estamos en otro periodo histórico en el se va a valorar mucho la cercanía, la austeridad, la sobriedad. Por lo tanto, la Casa Real tiene que ponerse las pilas y hacer ese acercamiento".
El catedrático de Sociología Rodolfo Gutiérrez sostiene que, en las circunstancias actuales, Felipe VI "busca la legitimidad de ejercicio, no da por supuestos el apoyo y el respeto de los españoles. De ahí la cita cervantina final: "No es un hombre más que otro si no hace más que otro". Oírla en boca de un rey me ha gustado. Expresa la idea de que tiene que ganarse el puesto, que no está asegurado por la dinastía ni siquiera por la legitimidad constitucional, que es completa".
Despejada la cuestión dinástica, el Rey, entre apelaciones a mejorar el actual sistema político, acometió un retrato, algo más deslavazado, de las otras tres patas de la crisis, precedido de un recordatorio en clave ("lo que nos ha separado y dividido") de que España llegó a la democracia tras una guerra civil y una dictadura militar. La pata económica la despachó con un mensaje de solidaridad con los afectados y un llamamiento a la esperanza. La causada por la pérdida de confianza en los partidos se sustanció en un más enérgico llamamiento al entendimiento, a preocuparse por los ciudadanos y a comportarse con "honestidad y rigor". Tras lo cual, desembocó en la muy espinosa cuestión territorial, que abordó con una apelación a mantener la unidad dentro de la diversidad, una loa a las lenguas cooficiales, una alusión a la construcción europea y la idea de que una nación no solo es su historia sino también un proyecto de futuro.
"Me llamó la atención que en la cuestión territorial la justificación fuera bifronte", afirma Fernández Sarasola. "La justificación de la unidad de España fue por una parte tradicional (tenemos una historia común), pero por otra parte fue europea: no podemos quebrar la unidad en plena construcción europea. Me sonó extraño que apelase a Europa cuando tiene que apelar a la Constitución".
Para Punset, "la parte territorial del discurso fue muy matizada, muy medida. Ha hecho una llamada a la unidad del país, pero ha dejado claro que España no solo es una sino que también es diversa, que unidad no significa uniformidad". Rodolfo Gutiérrez retiene, por su parte, "ese guiño final a las lenguas. Fue pequeño, pero siempre he pensado que ocupan un lugar central en todos los problemas de identidad y agravio. Si es capaz de mantener el mensaje de que nuestra riqueza es la diversidad y lo mantiene en los momentos más críticos, será positivo".
Felipe VI dedicó el último tercio de su alocución a mirar al futuro. Hasta tres veces pronunció las palabras siglo XXI al desgranar el complejo panorama que ponen en pie "las profundas transformaciones que vivimos", portadoras de inquietud, pero también de "nuevas oportunidades de progreso". Una petición de ilusiones y esperanza que desembocó en un repaso del papel de España en el mundo: defendió sin ambages una Europa unida, democrática y social; recordó la importancia de la comunidad iberoamericana y resaltó los vínculos de España con los países árabes.
Punset llama la atención sobre esta firme defensa de la construcción europea: "Incluso ha llegado a decir que Europa no es un asunto de política exterior, sino una cuestión de política interior. Esto implica el compromiso del monarca con la unidad europea, asunto que no sé si todos los monarcas están muy dispuestos a defender".
Tras los tres tercios, llegó el "finale", que en realidad fue coda. Tras explicar el sentido de lo que acababa de desgranar -"mis sentimientos, convicciones y compromisos sobre la España con la que me identifico"-, volvió a defender la forma de Estado que él encarna -"como dije antes y quiero repetir ahora, una monarquía renovada para un tiempo nuevo"- y tras hacer profesión de humildad con su oportuna cita cervantina, prometió borrón y cuenta nueva: "Nada me honraría más que, con mi trabajo y esfuerzo de cada día, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo Rey". Toda una declaración de intenciones.